Aviat farà cent anys del naixement de l’esciptor Roald Dahl, creador de moltes històries meravelloses com Matilda, Danny campió del món o Charlie i la fàbrica de xocolata, entre altres.
Per commemorar l’efemèride un xocolater de Taradell ha tingut la magnífica idea de crear una xocolata com a homenatge a l’autor. Es tracta d’un producte que compta amb un 66% de cacau i en el qual s’han fet servir dues varietats de cacau, una de mexicana i una altra de Santo Domingo, per a la seva elaboració. El xocolater, en Raül Cegarra, ha elaborat 5.000 rajoles de xocolata amb un tiquet daurat cadascuna a l’interior recordant la història d’en Willy Wonka. Els tiquets, numerats, serviran per entrar en un sorteig per un viatge a París per a dues persones per passar una nit a la capital francesa i visitar la fàbrica i l’Acadèmia de Xocolata i gaudir d’un àpat en un restaurant parisenc de renom. El sorteig es farà el 30 d’abril, davant de notari.
Jo ja he aconseguit la meva rajola “Llepadits” i en obrir-la i trobar-me el ticket daurat m’he sentit com en Charlie Bucket el dia que va trobar el seu.
Crec que és un bon moment per rellegir el llibre, obrir-lo per qualsevol pàgina i endinsar-se en l’aventura… Som-hi:
Por las mañanas, al ir a la escuela, Charlie podía ver grandes filas de tabletas de chocolate en los escaparates de las tiendas, y solía detenerse para mirarlas, apretando la nariz contra el cristal, mientras la boca se le hacía agua. Muchas veces al día veía a los demás niños sacar cremosas chocolatinas de sus bolsillos y masticarlas ávidamente, y eso, por supuesto, era una autentica tortura.
Sólo una vez al año, en su cumpleaños, lograba Charlie Bucket probar un trozo de chocolate. Toda la familia ahorraba su dinero para esta ocasión especial, y cuando llegaba el gran día, Charlie recibía de regalo una chocolatina para comérsela él solo. Y cada vez que la recibía, en aquellas maravillosas mañanas de cumpleaños, la colocaba cuidadosamente dentro de una pequeña caja de madera y la atesoraba como si fuese una barra de oro puro; y durante los días siguientes sólo se permitía mirarla, pero nunca tocarla. Por fin, cuando ya no podía soportarlo más, desprendía un trocito diminuto del papel que la envolvía para descubrir un trocito diminuto de chocolate, y daba un diminuto mordisco justo lo suficiente para dejar que el maravilloso sabor azucarado se extendiese lentamente por su lengua. Al día siguiente daba otro diminuto mordisco, y así sucesivamente. Y de este modo, Charlie conseguía que la chocolatina de seis peniques que le regalaban por su cumpleaños durase más de un mes.