Desayuno con diamantes

Blake Edwards
(1961)

cartel 2Por la quinta avenida, extrañamente desierta, se acerca un taxi, se detiene, se abre la puerta y aparece una chica con un vestido de noche negro, gafas oscuras y collar de varias vueltas de perlas. Se acerca a una ventana de la tienda de joyas Tiffany & Co y saca un bollito de una bolsa de papel. Suena Moon river y en pantalla aparece “Breakfast at Tiffany’s”. Así es como se presenta Holly (Audrey Hepburn), la protagonista de esta premiada cinta que narra una historia de amor y de soledad. Es una escena inolvidable. Se rodó un domingo de octubre con las farolas palideciendo y el cielo clareando en la ciudad de Nueva York.

La película posee otras secuencias memorables. Por ejemplo, la de la fiesta en el apartamento de Holly, muy divertida, al estilo del camarote de los hermanos Marx, en la que emplearon seis días y consumieron 60 cartones de tabaco, aún insuficientes para crear la atmósfera de humo que se tuvo que complementar con un ahumador de los que se usan para auyentar abejas. O la que se rodó en el interior de la joyería Tiffany, con innumerables vigilantes velando por las joyas allí expuestas. O la mítica escena de Holly/Audrey cantando Moon river sentada en el alféizar de la ventana, guitarra en mano.

El guión de la cinta fue la adaptación de una novela de Truman Capote y aunque se cambió la escena final hay que admitir que el resultado fue de lo más romántico. Un final de película, como se suele decir.

La cinta le valió a Audrey Hepburn un gran reconocimiento y, a pesar de que en muchos sentidos sus modales resulten obsoletos, la fascinación que generó aún es vigente en la actualidad. Supo representar magníficamente el miedo y la valentía de una chica que luchaba por conciliar sus compromisos sociales con sus ansias de libertad.

No tuvo la misma suerte el actor masculino, un George Peppard (el que años más tarde fuese uno de los héroes de “El equipo A”) muy plano y más cercano al de un galán trasnochado de los años treinta. En la película Peppard es Paul Varkaj, un escritor mediocre que se muda al piso superior del mismo edificio de Holly, mientras espera un éxito literario que nunca llega.

Hay un par de secuencias que se desarrollan en la Biblioteca Pública de Nueva York. Comentaremos la primera, que enmpieza precedida de la propuesta que hacen los protagonistas de visitar lugares en los que nunca hayan estado.

biblioteca 3En la entrada se ve un espacio lleno de ficheros y un pequeño mostrador tras el que un empleado negro atiende a otro usuario. Holly y Paul mantiene el diálogo siguiente:

– A propósito, ¿esto qué es? – pregunta Holly.
-Dijo que quería sentarse. Es la biblioteca pública. ¿No había estado aquí?
– No. (Gira la cabeza hacia ambos lados) No veo ningún libro.
– Estan ahí (señala la sala adyacente, mientras caminan y la cámara se situa tras ellos mostrando un espacio relativamente pequeño, con mesas alargadas, lámparas, sillas de madera y paredes cubiertas de estanterías llenas de libros. Una docena de personas están sentadas, leyendo).

Vuelven a los ficheros y él le explica:

biblioteca 4– Cada uno de estos cajoncitos está lleno de tarjetitas y cada tarjeta lleva el nombre de un libro y de su autor.
– Muy interesante.
– Uve, a, erre, jota, a, ca (vocaliza, mientras abre uno de los ficheros.)
– ¿De veras? (Busca y encuentra la ficha) ¡Mire! ¡Que estupendo! Aquí está, en la biblioteca pública. Varjak, Paul, “Nueve vidas” y luego muchos números. ¿Cree usted que tienen el libro? El suyo.
– Sí, sígame. Coge el fichero y lo lleva al mostrador.
La situación nos recuerda la práctica actual conocida como egosurfing, en la que algunos autores buscan en google el número de entradas que tienen en la red.
En la siguente escena se les ve esperando que aparezca su número en el panel indicador.
– ¡El número 57, el nuestro!

Se acercan a la bibliotecaria, una mujer madura, arisca, de aspecto amargo, preocupada por mantener el orden y el silencio. Es el estereotipo de la bibliotecaria de principios de siglo, muy alejada de otras bibliotecarias vedettes, modernas o seductoras que ya habían aparecido en las pantallas.

– El 57, el nuestro. Nueve vidas de Paul Varjak – Dice Holly, acercándole el número.
– ¡Chsss! –La recrimina la bibliotecaria.
– ¿Lo ha leído? Es muy interesante.
– No, creo que no.
– Pues debe hacerlo, él lo escribió. Él es Paul Varjak, en persona.
Se dirige a Paul, en voz baja:
– No me cree. Enséñele el carnet de conducir o la tarjeta de identidad.
– Quiere usted hacer el favor de bajar la voz, señorita. – Insiste la bibliotecaria.
– ¿Por qué no le pone un autógrafo? –dice Holly mientras le alarga el libro a Paul.
– ¿No le parece bien? Es como si él lo hubiera regalado –dirigiéndose de nuevo a la bibliotecaria.
– Por favor, silencio, se lo ruego.
– Esta bien, ¿Qué pongo?- pregunta Paul.
Algo sentimental, será lo mejor.
Qué está haciendo – exclama la bibliotecaria– ¡Está usted estropeando una propiedad pública!
– Está bien, como quiera, Vámonos cuanto antes de aquí. Este lugar no es tan simpático como Tiffany…

La cinta fue nominada a cinco premios Óscar de los que obtuvo dos, ambos relacionados con la banda sonora de Henry Mancini. Mención especial merece la fotografía de Franz Planer que supo captar el ambiente de Nueva York de forma maravillosa.

L’escrit que has llegit forma part de la sèrie d’articles sobre biblioteques de pel·lícula que venim escrivint per a la revista MiBiblioteca. Aquest correspon al número 41 (primavera 2015).
Us deixo el vídeo de l’altra escena que passa a la biblioteca. Quan ell li diu a ella que l’estima.