En la sala de lectura del edificio Thomas Jefferson de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, en Washington, se rodó una escena maravillosa. Empieza con un plano picado que enfoca las manos de los protagonistas. Son las manos de Bob Woodward y Carl Bernstein, dos reporteros del periódico The Washington Post, que están revisando las fichas de préstamo de los libros solicitados por la Casa Blanca en los dos últimos años sobre el presidente Kennedy.
La cámara retrocede iniciando un suave ascenso y vemos a los periodistas sentados de lado, con las americanas en el respaldo de las sillas respectivas, las mangas de las camisas remangadas, una azul y otra blanca —símbolo de poder y autoridad—, concentrados, pasando las tarjetas deprisa. Se escucha, a todo volumen, el sonido del parpadeo del papel en un compás acelerado superponiéndose a la música que acompaña la escena hasta el final de la toma. La cámara sigue subiendo, vemos la mesa y, a continuación, el plano se abre progresivamente mostrando todo lo que les rodea hasta situarse cerca de la cúpula del techo. Se usan un par de disoluciones que acortan el tiempo hasta poder ver una panorámica cenital en la que a lo lejos distinguimos a los protagonistas —interpretados por Robert Redford y Dustin Hoffman— como dos hormiguitas dentro de un laberinto.
El rodaje tuvo sus dificultades porque no podían usar una grúa y tuvieron que instalar un cabestrante en la parte superior de la Biblioteca del Congreso que arrastrara la cámara hacia arriba. Pusieron estabilizadores para eliminar las sacudidas aunque no lograron evitar un leve balanceo. Era el año 1976 y los medios técnicos no eran los actuales. Hoy un dron lo hubiese resuelto perfectamente. Cuentan que la escena costó alrededor de 90.000 dólares.
El simbolismo de la sublime escena es patente porque manifiesta, en los 45 segundos que dura, el trasfondo de la película, es decir, el intento de dos hombres por desenmascarar las fechorías cometidas por el gobierno estadounidense. La imagen de las mesas concéntricas de la sala de lectura recuerda las redes del poder. Por primera vez en la cinta, tenemos la sensación que, finalmente, los dos reporteros han encontrado el camino correcto y percibimos que, además, van a trabajar en equipo.
Todos los hombres del presidente explica la historia de los reporteros del Washington Post durante su investigación de las circunstancias que rodearon un robo en el edificio Watergate y cómo su perseverancia les llevó a descubrir las corrupciones del gobierno, forzando la renuncia del presidente Nixon.
La película no es sobre el “caso Watergate”. El objetivo es mostrar el trabajo de unos periodistas de investigación que indagaban la detención de unos ladrones —bastante torpes— que estaban en las oficinas del partido demócrata y los conectaron con los nombres de las persones que trabajaban en la administración de la Casa Blanca y usaban los fondos de la campaña presidencial con fines poco claros.
En la primera parte de la película, los dos reporteros intentan contactar con diversas personas, siempre mediante el teléfono de la redacción del periódico. El teléfono fijo está presente en la mayoría de escenas, siempre en primeros planos, en una época en que el uso de internet ni se soñaba.
Una de las llamadas precipita la investigación. Es la que hacen a la bibliotecaria de la Casa Blanca para preguntarle si algún asesor ha estado buscando material relacionado con el rival presidencial de Nixon, Ted Kennedy, y lo ha solicitado a la Biblioteca del Congreso. Ella les facilita información bastante útil pero mientras habla, llega algún superior y pone el teléfono en modo espera. A continuación, continúa hablando y desmiente todo lo dicho anteriormente, en un mar de contradicciones y silencios sospechosos. Woodward y Bernstein se dan cuenta que ha mentido y esa mentira refuerza su teoría.
A partir de ahí, los dos protagonistas se acercan a la biblioteca del Congreso a buscar los registros de los préstamos de libros a la Casa Blanca. Primero los atiende un bibliotecario de aspecto agradable el cual les dice que no se los puede facilitar porqué son material confidencial. Persisten y van a dar con otro bibliotecario, un bibliotecario negro con melena afro, que les pregunta:
—¿Quieren todos los préstamos? ¿Desde cuándo?
—Todos los del año pasado. —le responden.
—No creo que los quieran… pero los tengo.
Y les saca una montaña de tarjetas que son las que vemos sobre la mesa de la escena comentada anteriormente.
Es poco frecuente ver bibliotecarios hombres en las películas pero que además sean negros ya es una rareza. Probablemente formaba parte de la idea de transgresión que planea en toda la cinta y que tenía su paralelismo en los movimientos sociales en aquella época en los Estados Unidos. Bravo por Pakula.
La película, de visión obligada en la facultad de periodismo, tiene otros atractivos. Uno de los más fascinantes es la presencia de las máquinas de escribir en algunas secuencias clave. Reseguir los diálogos sobre el acto de escribir, sobre cómo debe redactarse un buen artículo, es una delicia.
Todos los hombres del presidente es una cinta que aguanta bien el paso del tiempo y que es una obra maestra en el uso de la iluminación, el movimiento de la cámara, los primeros planos, la música, etc. Muy recomendable.
L’escrit que has llegit forma part de la sèrie d’articles sobre biblioteques de pel·lícula que venim escrivint per a la revista MiBiblioteca. Aquest correspon al número 43 (tardor 2015).
El sumari de la revista el pots veure AQUÍ.
Us deixo el vídeo de la seqüència que comentem.